Cuando el gobierno de la Ciudad de México aprobó la disposición que permite a los mayores de 12 años modificar su acta de nacimiento en acuerdo a la identidad de género con la que se identifican, letreros en los que se leía “con los niños no” y “dejen de propagar su ideología de género” se hicieron presentes.
Ante ello, la diputada del Partido Acción Nacional (PAN), América Rangel, ha justificado su rechazo ante dicho dictamen mencionando que “los menores de edad carecen de madurez intelectual para comprender su identidad de género”, no obstante, aceptar aquella declaración significa invalidar todo el proceso psicológico y emocional de los infantes y adolescentes, dado que, Sofia, J. Poiré, especialista en género y diversidad sexual, manifiesta que “castigar la expresión sexual de los menores genera depresión, ansiedad y otras afectaciones negativas”.
Curiosamente, no habría necesidad de usar la categoría de infancias LGBT+ si no se diera por sentado que solo hay una forma de experimentar la infancia, puesto que, comúnmente, las personas LGBT+ crecen al margen de lo que suponen los adultos que debería interesarle a un menor: azul y autos para niños; rosa y muñecas para niñas.
Es decir entonces que, la mirada externa es la que condiciona el significado de “niño” y “niña”, pues, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG) 2021, el 27.2% de la población LGBT+ alguna vez se sintió rechazada por tener intereses diferentes a los asignados durante la infancia.
Por tal razón, negar la existencia de las infancias LGBT+ es cuestionar por qué es gracioso cuando a un niño menor de 12 años se le pregunta “¿cuántas novias tiene?”, pero es indignante que tome de la mano a otro niño o que le gusten los vestidos, ya que, si el infante es incapaz de entender su identidad sexual, tampoco se puede asumir por completo que es heterosexual.
Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) afirma que el 43.4% de la población LGBT+ se dieron cuenta de su orientación sexual e identidad de género en su niñez (de 7 a 11 años), mientras que el 34.1% en la adolescencia (entre los 12 y 17 años).
En congruencia a ello, convergen dos postulados: el primero implica dejar de presuponer la identidad y orientación sexual de los infantes hasta que tengan la mayoría de edad y, con ello, promover la aceptación de sus preferencias y comportamientos, aun cuando no se alineen a lo tradicional; el segundo sugiere dejar de deslegitimar sus experiencias al decirles: “estás muy chico para entender”, ya que, como dijo Kristina R. Olson, psicóloga especializada en desarrollo infantil y adolescente, “señalar como malas las vivencias de los niñxs fuera de la norma heterosexual y binaria, es lo que lleva a la depresión o al suicidio”.
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